Los
huertos tibetanos son redondos para que el agua y su potente energía
los dinamice. El agua de la montaña, que proviene de la nieve, está
cargada a tope de iones positivos. La cuestión es que corra por los
laterales del huerto para que vaya depositando todos los minerales
que transporta y produciendo reacciones en cadena. Se construyen
zanjas para transportar el agua y dirigirla por donde queramos. Estas
aguas tienen que venir de un manantial puro o un manadero natural
pues son muy ricas en minerales.
Hacemos bancales elevados para que corra bien el agua abajo y no encharque la huerta. Las zanjas por donde corre el agua tienen que tener una ligera pendiente para que no se anegue el terreno y haya demasiada calazón y produzca anaerosis en las plantas. Sólo se utiliza el agua de la primavera y el invierno, a primeros de Junio se deja de regar para que las raíces trabajen por sí solas. Al haber estado la tierra mojada todo el invierno y primavera la población de lombrices se multiplica.
Todas
las aguas sobrantes que han completado el circuito por nuestra huerta
van a parar a un espacio verde que dejaremos sin sembrar, solo para
criar lombrices. Tiene que ser el último huerto en la parte baja
para que allí vayan a morir todas las aguas. Estos espacios verdes
los segamos a menudo para que la hierba segada forme humus para el
alimento de las lombrices. En verano por la noche, cuando refresca,
subirán a las zonas donde tengamos el hortal, buscando el preciado
estiércol.